La sublimación de la energía vital y la consciencia de Muruga
por Nityananda
Kartikeya o Muruga, el hijo de Shiva, es una deidad muy adorada en el sur de la India. El mismo Siddha Boganathar le dedicó el complejo de templos de Palani, en Tamil Nadu, y de Katirgama, en Sri Lanka. La imagen del Señor Muruga, como sucede en la simbología hindú, transmite diferentes significados espirituales a diferentes niveles. Otro de los nombres de Muruga es Skanda, que significa "no derramar". T.N. Ganapathy escribe al respecto en su libro "The philosophy of the Tamil Siddhas":
"Skanda nace sólo cuando el semen es sublimado y alcanza el sahasrara. Se dice que el Señor Muruga reside sólo en las cimas de las montañas (es decir, la región del sahasrara). Ascender la montaña para alcanzar al Señor Muruga es un simbolismo de elevar la kundalini y su culminación en el sahasrara. Los seis adharas (chakras) se considera que son las seis montañas de la literatura tamil de los Siddhas, y las seis caras de Muruga los representan".
A Muruga se le representa como un muchacho, a veces adolescente. Al igual que San Miguel en el cristianismo, se dice que está al frente de las fuerzas celestes. Aparece acompañado de una lanza, Vel, con la que combate la oscuridad. Muruga acabó con un demonio que amenazaba al mundo, pero no lo destruyó, sino que lo convirtió en un pavo real, su montura. En la representación de Muruga aparece a menudo este pavo real sobre una serpiente. El gallo, el que anuncia la luz del amanecer, también aparece en su estandarte.
La lanza de Muruga representa la transmutación de la energía sexual y vital en energía espiritual y el despertar de la energía kundalini. Esta transmutación viene representada también por el pavo real sobre la serpiente, el demonio que no fue destruido sino transmutado en la montura de Muruga.
Al elevar la energía vital hacia los centros superiores de consciencia aparece en ellos la luz, simbolizada por el gallo que anuncia la luz del día. Esta energía revierte no sólo a nivel físico, sino a nivel vital, y luego mental, elevando y espiritualizando estos cuerpos.
Muruga, que originariamente tenía seis caras, combate a los demonios
en seis montañas – su arma, la lanza Vel, representa también el discernimiento,
la implacable consciencia del testigo que lleva la luz de la consciencia
a las montañas de los seis chakras (el séptimo, Sahasrara, no se considera
un chakra sino la morada del Ser). Parvati, la Shakti Divina, fue quien
le otorgó tal lanza. Yogui Ramaiah dice al respecto:
“Cuando adoras a Krishna obtienes la consciencia de Krishna, cuando
adoras a Muruga obtienes la consciencia de Muruga. En Muruga encuentras
seis caras, correspondiendo con los seis chakras. Las seis caras de
Muruga indican que los seis chakras han sido despertados – y ése es
exactamente el significado de Muruga”.(1)
Cuenta la leyenda que Muruga nació de la luz del tercer ojo de Shiva, y tras crecer descendió desde el monte Kailash en Tibet al monte Palani, en Tamil Nadu, donde se instaló y se casó con una muchacha de una tribu local. En Muruga tenemos también el arquetipo del descenso de la gracia desde chakras superiores a los inferiores, para transformarlos. Cuenta la leyenda que la semilla de Shiva que dio forma a Muruga era abrasadora y difícil de contener. Ello nos hace pensar en la consciencia supramental de la que hablaba Sri Aurobindo, cuyo descenso puede transformar incluso el cuerpo físico. Una consciencia demasiado poderosa para ser tolerada por el hombre ordinario, que requiere por parte del sadhaka una transformación y entrega completas.
A nivel de sadhana, Muruga nos enseña la importancia de transmutar la energía sexual y vital en energía espiritual, como una herramienta básica de transformación. El Taoísmo y los escritos de Boganathar insisten mucho en esta idea. Esta transmutación correctamente realizada abre la llave de los chakras superiores, crea una consciencia expandida que, cual lanza, nos puede servir para detectar y liberar los samskaras internos. Y esta liberación energética libera la luz en nuestro espacio interno. La invocación del descenso del Divino y de su Gracia en esta luz abre el camino del sadhaka hacia una transformación total de sus cuerpos – la meta de los Siddhas.