Cruce de caminos: a la izquierda, a 20 kilómetros (unas dos horas de autobús, si todo va bien) está Badrinath, a una altitud de 3133 metros. A la derecha, tras una caminata de 13 kilómetros en la que subes más de mil metros, está el Valle de la Flores, (3658 metros de altitud) donde se dice está la mayor concentración de flores salvajes de toda Asia.
Conforme uno va ascendiendo por el recorrido baja la temperatura y aumentan la lluvia y el estruendo de la cascada que se une al camino. También desciende la cantidad de oxígeno disponible, cosa que no parece perturbar ni a los hermosos burros ni a los porteadores, que, en los descansos, para relajarse, se fuman un pitillo. Qué lejos quedan - y qué irreales parecen - nuestras comodidades occidentales, diseñadas para que nos volvamos obesos y neuróticos...
Valle de la Flores. En esta imagen el cielo era azul pero no salió porque su resplandor y el de las cumbres nevadas eran tan fuertes que la cámara no los captó. No he encontrado ninguna foto que exprese la magnificencia de las cumbres nevadas de los Himalayas; hay que estar ahí para comprenderlas. Entiendo que los Himalayas sean la morada permanente de Dios, de Shiva... no podría escoger un escenario mejor que exprese la grandiosidad pura de la creación. Los yoguis volvían aquí para reencontrarse con este Principio original, con Shiva.
Por fin, un momento a solas con todo, aquí donde la "soledad sonora" de San Juan se convierte en "soledad estruendosa". La mente se pierde en la grandeza del espacio. Y cuando la mente se pierde, si uno sigue ahí, reaparece el gozo fresco original, sin razón ni lógica, sin principio ni fin. Libre de sus ataduras.
Y, tras infinitas vueltas, tras todas las vueltas de la vida, llegaremos al valle de Badrinath...