Convertirnos en "hijos de Dios":
el prólogo del Evangelio de Juan
por Nityananda
El verbo se hizo carne - Cuando la consciencia divina se manifiesta en la forma
A Dios nadie lo ha visto nunca
El Ser, la consciencia suprema, está más allá de toda manifestación, aunque es la base que la soporta. El Ser es como el espacio, que hace posible que todo exista en él; ¿cómo podría existir algo si no hubiera espacio que lo contuviera? Ese Uno que contiene todo no puede ser definido, ni puede ser visto, puesto que no puede existir un punto de vista diferente a Él. Por eso nadie lo ha podido nunca ver.
Existe una historia de una estatua de sal que quería conocer el mar. Pero para sumergirse en él, debía disolverse en el agua; para fundirse con el mar tenía que perder su forma, unir su sal a la sal del océano. Igualmente, el principio del ego (la creencia visceralmente arraigada de que somos un ser único y separado de lo demás) nos impide experimentar el Todo: Dios. La parte no puede ser el todo, a menos que deje de estar separada de ese todo. Y entonces deja de ser una parte. Éste es el dilema del ego que aspira a experimentar la Divinidad.
Este Dios uno absoluto es llamado “Padre” por Jesús. En India lo llaman Brahmán, el Uno sin segundo.
En el principio ya existía el Verbo,
y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba con Dios en el principio.
El Verbo es la manifestación de Dios en la forma. El Uno, por su propio poder, manifiesta la creación, y así el Uno se convierte en muchos, dando lugar al universo y a todos sus seres.
Por medio de él todas las cosas fueron creadas;
sin él, nada de lo creado llegó a existir.
Este poder creador y manifestador es inherente a la Divinidad. Igual que cuando dormimos por la noche nuestra mente crea mundos, personajes e imágenes que desaparecen cuando despertamos, el Padre da lugar al universo.
A través del Yoga comprendemos que nosotros no somos nuestra mente. Somos la consciencia que observa y experimenta lo que hace nuestra mente, igual que experimentamos nuestro cuerpo y nuestras emociones. Nuestra mente crea pensamientos, imágenes, mundos, sin cesar; es su propia naturaleza actuar así.
De forma similar, algunas tradiciones yóguicas hablan de dos aspectos divinos: Shiva, la consciencia absoluta, y Shakti, la energía absoluta. La consciencia es eterna, increada y gozosa, existiendo por siempre. Shakti, la energía o la Madre Divina, el poder creativo divino, manifiesta periódicamente universos y seres, igual que lo hace nuestra mente cuando dormimos por la noche.
En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de la humanidad.
Esta luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no han podido extinguirla.
En la creación aparentemente no hay rastro del Creador; todo lo que existe en ella son tinieblas, puesto que nadie ve a Dios. Pero este Verbo, aunque invisible, está presente en la creación, sosteniendo a todas las cosas.
El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció.
¡Extraña paradoja! El mundo no reconoce a la luz de su creador. Y lo que vemos como real a nuestro alrededor, el mundo tal como se nos presenta, es en realidad tiniebla, y lo que no vemos, la verdad oculta en la creación, es imperceptible para nosotros. Esto lo expresa el Bhagavad Gita de la India: “Aquello que es noche para todas las criaturas, es día para el dueño de sí mismo, y lo que es día para aquéllas, es noche para el que ve, para el sabio” (II, 69).
El Verbo es la vida que sostiene toda la creación. En el Yoga se habla de la manifestación de Dios en la forma de dos principios: por un lado el sonido AUM, la vibración que da origen a todo el universo; por otro lado se habla de la Luz Divina. Existen técnicas yóguicas para sintonizar con este principio manifestador, el Verbo, o bien mediante la sintonización con el sonido AUM (un sonido que el yogui puede oír internamente) o bien mediante la sintonización con la luz divina (una luz que el yogui puede ver internamente). A través de esta repetida sintonización, en la práctica yóguica, el yogui empieza a expandir su consciencia, saliendo más allá del recinto de su ego, de la prisión de su “yo” y su limitada individualidad.
Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.
La manifestación divina, en su forma de luz o de Aum, la misma que dio origen a la creación y que la sostiene, lleva al yogui de vuelta a su hogar, la casa del Padre, la consciencia del Uno. A través de ella uno puede convertirse en el “hijo de Dios”.
Ése es el verdadero “arrepentimiento” que se menciona en los Evangelios; cuando uno empieza a sintonizar con la consciencia divina y Su voluntad, y deja, poco a poco, de estar dirigido por los mandatos del propio ego, que es como un ciego caminando en un país de tinieblas, dispuesto a caerse en cualquier abismo.
Quienes reciben al Verbo divino sintonizan con el Padre, y son los llamados hijos de Dios. Al trascender la limitación de su propio ego, su individualidad, empiezan a reconocer que los muchos son en realidad Uno. Empiezan a convertirse en el hijo Unigénito de Dios, pues, habiendo descartado su separación del resto de lo creado, comprenden que la diversidad del universo es aparente. Comprenden que su Ser está más allá de su ego. Comprenden y experimentan su unidad con las demás cosas.
¿Cuántos hijos tiene el Padre? ¿Cuántas divinidades sostienen la forma? Una única divinidad, una presencia en las formas, un único Hijo. Ésa es la experiencia de los llamados hijos de Dios, que ven al prójimo como a uno mismo.
Los santos y los sabios son aquellos que han logrado trascender su ego y fundirse con las consciencia divina. Cuanto más perfecta es su entrega a la Divinidad, más perfectamente se manifiesta Ésta a través de tales personas.
Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Cristo, el Ungido, es una manifestación tal. A través de sus obras y sus enseñanzas hemos visto la manifestación de una Consciencia Superior.
A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer.
Tales seres elevados se manifiestan en la Tierra para mostrarnos el camino de regreso a casa. No desean ser adorados, sino mostrarnos una senda para que podamos compartir su misma realización. “Que todos los seres puedan experimentar el gozo que yo tengo” era uno de los grandes dichos de los Siddhas de la India.
Este texto nos presenta diferentes aspectos de Dios: el absoluto o Padre, eterno, más allá de la forma; el Verbo, su manifestación activa en la forma. Y cuando sintonizamos con este principio de la manifestación divina, en sus diferentes aspectos - tal como enseña el Yoga - sintonizamos otra vez con la Verdad que sostiene al mundo, y emprendemos nuestro regreso a casa, el Uno, nuestro origen.
De esta forma, mediante nuestra práctica espiritual, todos podemos así convertirnos en “hijo de Dios”, podemos recobrar nuestra luz divina en medio de las tinieblas de la creación: “vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5, 14). Seguimos así el camino enseñado por aquellos que encarnaron, por la total entrega de su ego, la perfecta manifestación divina.